miércoles, 12 de noviembre de 2008

El arroyo y la Via Augusta

La historia del Imperio Romano se une indefectiblemente a la del modesto arroyo Guadalmazán, ya que la Via Augusta entre entre Corduba y Astigi (Écija) lo cruzaba a la altura de La Carlota. En una excavación efectuada en el año 1788 se encontró una estela con una inscripción del emperador Vespasiano que hacía referencia a reparaciones sobre vías y puentes. Los eruditos han defendido que este elemento estaría colocado en un puente situado sobre dicho arroyo; así Sillières, defendía esta teoría. La estela estaría probablemente encajada en el puente al pie de La Carlota. Apoya esa hipótesis, además del texto que porta la estela, el hecho de que posea una espiga de hierro en el lateral izquierdo. El monolito se conserva en el Museo Arqueológico de Sevilla.


Modificada de la ilustración VIII Jornada del Itinerario de Floridablanca entre Córdoba y Écija. (Tomado de Antonio Martínez Castro, 2005). En color azul está marcado el cauce del arroyo Guadalmazán. En su intersección con el hipotético recorrido de la Via Augusta, se marca con un minúsculo punto rojo el lugar de aparición de la estela, al pie de La Carlota.

Vespasiano fue emperador del Imperio Romano entre el año 69 hasta su muerte diez años más tarde. Descendía de una familia del ordo equester [el ordo equester integró una rica burguesía dedicada a las actividades económicas y judiciales. Como los senadores no podían dedicarse al comercio ni a los negocios, los caballeros se dedicaron al comercio a gran escala, al cobro de impuestos públicos, a contratistas de obras públicas, etc.] que había alcanzado el rango senatorial durante los reinados de los emperadores de la Dinastía Julio-Claudia. Siendo designado cónsul en 51, ganó renombre como comandante militar, destacando en la invasión romana de Britania. Comandó las fuerzas romanas que hicieron frente a la rebelión de los judíos del año 66. Cuando se disponía a sitiar Jerusalén, la capital rebelde, el emperador Nerón se suicidó, sumiendo al Imperio en un año de guerras civiles conocido como el Año de los Cuatro Emperadores. Tras la rápida sucesión y fallecimiento de Galba y Otón y el ascenso al poder de Vitelio, los ejércitos de las provincias de Egipto y Judea proclamaron emperador a Vespasiano el 1 de julio de 69. Destaca de su reinado el programa de reformas financieras que promovió, su exitosa campaña en Judea y sus ambiciosos proyectos de construcción como el Anfiteatro Flavio, conocido popularmente como el Coliseo Romano.


Denario con el rostro de Vespasiano. Conmemorativo de su victoria en Judea.

Recomiendo vívamente la lectura del trabajo El tramo de la Via Augusta entre Corduba y Astigi. Una aproximación de detalle a su recorrido y características constructivas, de Antonio Martínez Castro, publicado el año 2005 en el número 17 de la revista Antiqvitas, del Museo Histórico Municipal de Priego de Córdoba. Además de interesante es ameno. Para disfrutarlo y conocer más de esa parte de nuestra historia puede pinchar aquí.


Estela encontrada en 1788 en una excavación junto al arroyo Guadalmazán, en su intersección con la Via Augusta. La pieza se conserva en el Museo Arqueológico de Sevilla.

Caballos Há en Moratalla (I)

Seguimos en nuestro empeño de urdir parte de la anfractuosa historia del Hispano-árabe. En esta ocasión lo haremos acercándonos tímidamente a Moratalla, que fue en su día una de las más impresionantes instalaciones de la Yeguada Militar. Lo que algunos llamaran “el pequeño Versalles cordobés” aún hoy conserva el esplendor que tuvo antaño.


Fotografía en el jardín de Moratalla en 1920. A la izquierda, sentado, S.M. el Rey Don Alfonso XIII. A la derecha el segundo Marqués de Viana, Don José Saavedra y Salamanca, de pie y con el sombrero puesto, privilegio que le otorgaba ser Grande de España.

Moratalla no sólo es conocida por su historia o por los personajes ilustres que dejaron su impronta; sino también por los no menos ilustres caballos que la habitaron; pero ¿cómo fue Moratalla? Para situarnos en el tiempo detengamos la historia momentáneamente en el año 1902, y porqué no, con el poder que nos otorga nuestra ilusoria máquina del tiempo elijamos el mes de abril. Con unas precipitaciones acumuladas de 586 litros no nos será difícil imaginar praderas donde se derrochan los colores y sahumerios de Andalucía; romero en las cañadas, violetas tras de los cardos y éstos atalayas para alcaudones y colorines (jilgeros sin estudios) algo despistados. En total 1.280 hectáreas de suelo de cultivo, 12 hectáreas dedicadas a huerta y 8 hectareas de un magnífico jardín neosevillano o neoárabe que fue regenerado y ampliado entre los años 1914 y 1916 por el arquitecto francés Jean Claude Forestier, autor del Parque de María Luisa en Sevilla o de los jardines del Palacio de Liria en Madrid.


Aspecto actual del asiento de Moratalla.

Por entonces pertenecía la dehesa al segundo Marqués de Viana y Conde de Urbaza, D. José Saavedra y Salamanca. Sita en el término municipal de Hornachuelos, muy cerca de Posadas en la provincia de Córdoba, Moratalla establecía sus linderos con el cortijo de Nublos al norte, con Paterna y cortijo de los Paes al saliente, al medio día con el Río Grande, el Guadalquivir y al poniente con la dehesa de las Escalonias. Moratalla era un lugar ideal para su explotación agroganadera, a sólo 8 kilómetros de Hornachuelos, mirando al medio día y en la margen derecha del río.
Según los datos que aportan Amaranto Miguel y Pedro Martínez, los terrenos ocupados por la Yeguada eran sólo de unas 2.400 fanegas de tierra que tenían arrendadas al Marqués. Además del Guadalquivir, el río Bembezar, o Bembera, y otro gran venero abastecían la finca de agua en abundancia, este hecho hacía posible que se regaran con norias al menos siete fanegas de prados donde crecían alpistes, loliums, tréboles, melilotos, alfalfas, cerrajas, lechugas y verzas. Los terrenos ocupados por encinares, olivares y algún acebuchal determinaban con las pratenses de los pastizales y praderas la mayor parte del ecosistema de la finca.
El Bembezar que la cruza de norte a sur da vida a innumerables sotos de álamos y almezos, abedules e incluso algún que otro majestuoso quercus. La finca tenía por lo tanto dos impresionantes abrevaderos naturales donde no faltaba agua en ninguna época del año. Algo básico para la cría de caballos.
El caserío con múltiples dependencias para el personal de servicio estaba contiguo al pajar y una potreriza con capacidad para 80 animales. También una yegüeriza dividida en dos partes; una de ellas con 16 boxes para yeguas con rastra y la otra, de dos naves, con una capacidad total para 120 bestias. Estas instalaciones se completaban con varias cuadras con boxes para los caballos domados y un espectacular granero de dos pisos con capacidad para 10.000 fanegas de grano. (Para situarnos en esta medida muy ajena a nosotros en la actualidad la podemos transformar a kilos de habas, unos 500.000, de trigo, 450.000, de cebada, 330.000 o de avena, unos 280.000 kilogramos).


S.M. el Rey Don Alfonso XIII en un partido de polo en Moratalla.

Como curiosidad cabe destacar que la finca, a sólo 24 kilómetros de la capital, contaba con una estación de ferrocarril propia y como gracia daba servicio al pueblo de Hornachelos. Fue construida pocos años antes del tiempo que nos ocupa, por el que fuera primer Marqués de Viana, Don Teobaldo Saavedra. Esto le valió la distinción de “Hijo Predilecto de Hornachuelos”. La estación fue muy usada por el Rey Alfonso XIII, amigo personal de Don José de Saavedra y Salamanca, segundo Marqués de Viana, al que visitaba frecuentemente participando de las monterías que éste organizaba. El 17 de febrero de 1908 , el propio rey inaugura el espectacular campo de polo de Moratalla, a partir de este momento y hasta 1927, fecha en la que fallece el Marqués, muchas fueron las primaveras en las que se celebraron torneos donde participaban nobles extranjeros y la corte de Don Alfonso XIII que se desplazaba hasta Moratalla. La revancha de los torneos se tomaba en el mes agosto en el campo de polo de la Magdalena, en Santander. Desde luego un lugar mucho más fresco en esa época del año [...]


Un partido de polo en Moratalla.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Caballos Há en Moratalla (II)

La dotación de la Dehesa de Moratalla se componía de una primera sección de 18 yeguas españolas; una segunda con 17 yeguas Hispano-árabes; 5 yeguas Pura Sangre inglesas en la tercera sección; la sección cuarta, de Anlo-árabes, con 14 yeguas; la quinta de Hispano-Norfolk con 10 hembras y por último la sexta sección conformada por 14 yeguas percheroras. Después de conducir las yeguas a Moratalla, se abrió un registro genealógico y se procedió a reseñarlas escrupulosa y detalladamente. Al mismo tiempo que se realizaba esta operación se tenían a la vista las reseñas de todos los sementales de los Depósitos del Estado, y de este modo se podía asignar a las hembras lo sementales más idóneos para ellas, según se tratase de obtener puras sangres o cruzamientos. De la sección segunda de Hispano-árabes destacaba la yegua Mazuza, que pasamos a reseñar según los archivos de la época (recordamos que nos movemos alrededor del año 1900):
«Castaña encendida; alzada, 1.54; de la cruz al encuentro, 0.65; anchura de pecho, 0.44; longitud de los incisivos a la nuca, 0.64; de la nuca al nacimiento de la cola, 1.93; de la cruz a la cola, 1.08; diámetro torácico, 1.75; del esternón al casco, 0.82.»



Cómo se observa (o al menos se intuye) por la imagen, las yeguas de esta sección tienen la cabeza pequeña y descarnada, con los vasos aparentes; ojos grandes y mirada viva; cuello fino; cruz alta; brazos y antebrazos robustos, con músculos bien delineados; dorso recto, costillas arqueadas y vientre amplio; grupa ancha y casi horizontal; piernas rectas; articulaciones amplias; extremidades finas, con los tendones aparentes y perfectos aplomos.


La alzaba, según los datos a los que hemos tenido acceso, oscilaba entre siete cuartas y cuatro dedos a siete cuartas y seis dedos aproximadamente. Uno de los sementales que más importancia tenía en esta sección era el ejemplar «Maghreb» (prá) cuya reseña pasamos a describir:
«Castaño obscuro; alzada 1.52; de la cruz al encuentro, 0.70; anchura del pecho, 0.34; longitud de los incisivos a la nuca, 0.64; de la nuca al nacimiento de la cola, 1.93; de la cruz a la cola, 1.06; diámetro torácico, 1.75; del esternón al casco, 0.85.»



Cabeza de martillo, pequeña y descarnada, con la frente amplia, ojos grandes y mirada inteligente y noble. Hollares amplios, cuello fino y arqueado; cruz alta, espaldas enjutas y oblicuas; pecho ancho, brazos y antebrazos finos y potentes, dorso, un poco ensillado; grupa ancha y recta; piernas rectas; articulaciones desenvueltas, extremidades finas con tendones bien delineados y de un temperamento sanguíneo nervioso muy puro.


[Derecha] Sargento de piara. [Izquierda] Cabo de potreros. En los servicios de Remonta los soldados y mandos habían de conocer, según su ámbito, el manejo del maüser y la táctica, de igual modo que el mecanismo de las máquinas segadoras y las norias de riego; eran de alguna manera soldados y ganaderos. Cada piara de yeguas iba conducida por un Cabo Mayoral y tres Potreros, que vigilaban a los animales día y noche, practicaban la doma de traba y los conducían a los abrevaderos a diario. Vivían al raso, aguantando las inclemencias de cada estación. Existían casillas donde descansaban, pero los de turno jamás abandonaban la piara. El Sargento de Piara era el jefe inmediato de todos ellos. La vida del potrero era dura y fatigosa, requería de gran afición además del amor al puesto que se les suponía a todos ellos.

Parece ser que en la primera fase de desarrollo del programa de cubriciones de Moratalla (donde se obtuvieron 84 individuos, 43 machos y 41 hembras) se usaron como sementales básicamente dos caballos árabes; pero el que mejor resultado dio fue precisamente Maghreb, considerado como el héroe de los hispano-árabes. Su progenie fue toda muy superior, potros y postras mostraron cualidades y lámina irreprochables. Prueba de esta calidad es que los potros de esta sección conquistaron para la yeguada más de un Diploma de Honor en algunas de las Expociones a las que con sus madres se presentaron, aún cuando no tenían opción a premio alguno. Casi todos los machos nacidos en esta época se destinaron posteriormente a sementales para la promoción continua de la raza que se hacía desde Cría Caballar. Si tenemos que destacar a alguno de estos productos, no podemos pasar por alto al Hispano-árabe Bucefalo, que formó parte del 2º Depósito de Sementales. Tordo vinoso; alzada 1.54, desde la cruz al encuentro, 66; anchra de pecho 36, longitud de los incisivos a la nuca, 64; longitud de la nuca al nacimiento de la cola, 2.4; desde la cruz a la cola, 1.6; diámetro torácico, 1.75; y del esternón al casco, 82. Aunque desconocemos el año exacto (con seguridad muy próximo a 1900) Bucéfalo obtuvo el primer premio en la Exposición de Ganados de Córdoba.
En general los resultado que se obtuvieron fueron excepcionales así destacamos un comentario de A. Miguel y P.M. Baselga:
«Esta sección está absolutamente conquistada; los tipos salen iguales y a la mayoría de los productos no puede reprochárseles ni un detalle. Siguiendo con constancia, tendremos elegantes caballos españoles, con muchas vistas a la Arabia, y con el tiempo se podrá tener un buen caballo de guerra.»
Si sometemos los datos que aportan ambos cuadros a un estudio comparativo, los resultados sobre la fertilidad de las Hispano-árabes hablan por sí solos, saquen sus propias conclusiones:


Los porcentajes teóricos que obtenemos sobre la fertilidad de las yeguas según estos datos y el número de hembras por sección son: Yeguas españolas (50%); Yeguas Hispano-árabes (61,77%); Anglo-árabes (53,58%); Hispano-norfolk (77,5%); Percheronas (37,5%) y las yeguas Pura sangre inglés (37,5%) igualmente.


Estos son algunos de los datos que aportaron Amaranto Miguel y Pedro Martínez Baselga, ambos veterinarios militares, en su magnífico libro La yeguada militar de Córdoba, impreso en 1902 en la imprenta La Verdad. Como reza su título, la tabla superior relaciona los ganaderos a los que la Yeguada del compró las hembras en su duración, así como el número de animales que adquirió de cada uno. La tabla inferior hace un resumen de las parideras en la Dehesa de Moratalla desde el año 1895 al 1902.

domingo, 9 de noviembre de 2008

La herradura moderna (III)


Superficie de desgaste natural.

El singular oficio del herrador de antaño no desmerece el practicado por los actuales; si bien es verdad que los avances tecnológicos propios de nuestros días facilitan su labor de forma notable. Como en otros casos, la fabricación de la herradura fue en un principio puramente artesanal, pero se vio favorecida también por la revolución industrial. La aparición primero de algunas máquinas, y luego de auténticas industrias, comienza lentamente a sustituir el duro trabajo de la forja por los pedidos directamente a las fábricas, nuevos proveedores. Ya Thary intuyó que con el nacimiento de estas máquinas pronto se sustituiría por completo el trabajo manual preparatorio, es decir, que el herrador se liberaría del penoso trabajo de la forja, del trabajo que hacía tañir los yunques constantemente. Con este cambio tan radical, los nuevos aprendices se podrían dedicar de lleno al estudio del pie de los caballos y también aunque fuese de forma marginal del pie y del herrado de los bueyes. Éste fue otro paso que confirmaba la especialización creciente del oficio.


Pie preparado para recibir media herradura (Charlier) y pie herrado (Jungwitz).

La fabricación artesanal o la fabricación a mano, se sigue enseñando en la actualidad en algunas escuelas de herradores, es notable destacar por ejemplo el caso de la Escuela de Herradores de Utrecht en Holanda, donde los estudiantes aprenden a darle forma a la lámina de metal hasta transformarla en herradura. Posiblemente sigan los métodos tradicionales. Según Sainz y Rozas para forjar bien por el procedimiento ordinario, el herrador necesita una serie de cualidades y de habilidades: Fuerza, destreza y un golpe de vista seguro y exacto; pero sobre todo profundos conocimientos en el arte de herrar. La fuerza es indispensable en el forjado, sobre todo en el caso de tener que fabricar durante muchas horas consecutivas, como era el caso usual. La destreza se adquiere con el trabajo. El golpe de vista, sería equiparable al “ojo clínico”, la facultad o la intuición de saber cuando y donde golpear para dar la forma precisa y necesaria. Algo innato para algunos; pero fruto de la experiencia que da el trabajo diario para la mayoría.

En la fabricación a mano, el forjador se colocaba de pie, mirando a la cara posterior del yunque y ligeramente inclinado hacia delante. Debía estar a la distancia justa para trabajar cómodo, a un paso del yunque. Las técnicas tradicionales descritas por Thary diferenciaban entre otras el método de la barra simple, llamado así por usar el artesano un trozo cortado a frío de una barra de hierro de herrador, éste era uno de los más habituales. El procedimiento de la barra rellena, consistía en doblar herradura vieja a condición de que sus ramas encerrasen también algunos trozos de metal aplastado, que era el más empleado en por los herradores porque reciclaban restos que de otra manera tenían difícil salida del taller. La técnica de la barra oscilante consistía en el uso de varios cuartos estirados y más o menos aplastados los unos sobre los otros. La de la barra de cama, era fruto del uso de una herradura vieja sobre la cual y sin doblarla el herrador colocaba los restos más pequeños, dándole al aplicar el calor sobre el conjunto su grosor primitivo. Estas dos últimas eran raramente empleadas por la dificultad de su ejecución.


Herradura para estudiar la presión.

En el año 1879 parece que en España aún no existían máquinas capaces de fabricar herraduras, al menos según la nota escrita por profesor de la facultad de veterinaria de Zaragoza mencionado anteriormente que reza:
“En los Estados-Unidos se han inventado unas máquinas con las cuales se construyen las herraduras con la mayor perfección, como no las conocemos, no podemos hacer la descripción de ellas ni su manera de funcionar, así como tampoco indicar á cuánto asciende su coste.”
Aunque en este caso menciona a los Estados Unidos, otros autores señalan que las primeras herraduras de fabricación seriada o mecánica se debieron a un veterinario militar llamado Dutreilh, que obtuvo el privilegio para su fabricación alrededor del 1848. Posteriormente cedió sus derechos a las Forjas de Montataire, según un artículo publicado en la revista Journal d´Agricult. Pract. en 1869, que explotó su método. A pesar de todo ello, la implantación de la herradura construida de esta manera fue muy lenta; aunque acabó imponiéndose por la regularidad de las piezas que suministraba a los herradores, su calidad y sobre todo su bajo coste, que hacía posible almacenar gran cantidad de ellas para su posterior aplicación en frío cuando fuese necesario. Por estas ventajas los primeros interesados en su uso fueron las caballerías de los distintos ejércitos, que como grandes consumidores de herraduras no fueron ajenos a estas mejoras. A pesar de ello el Comandante de Intendencia Luis Constante, en el año 1922 habla del uso de la herradura de gozne y doble gozne, similares a la ordinaria pero partidas en dos y unidas por un pasador, estas herraduras pueden abrirse o cerrarse pudiendo ser aplicadas a cualquier tipo de casco. El herrado de recurso puede poner de manifiesto que en campañas militares no se portaran herraduras ordinarias por la diversidad de cascos distintos y el peso consecuente de transportar tantos recambios; o quizás simplemente éstas se destinaran a cubrir los pies y las manos de morfología más extrema.


Herrado de Charlier en Buey.


En cualquier caso, a partir de la segunda mitad del siglo XIX florecen en la Europa más avanzada industrias de fabricación o de semifabricación de herraduras. Francia, con las forjas de Grenelle y de Yory; Inglaterra, con la Manufactura de herraduras de caballos de Londres; en Alemania, en las fábricas de Röhrig son algunos ejemplos.

La herradura moderna (II)

J. Jonstonus, 1678. A description of the nature of four-footed beasts.

Después de repasar la importancia de la anatomía básica de la herradura y antes de entrar en los detalles de las características del herrado normal, nos detendremos en el también interesante estudio de los metales de los que estuvo constituida tomando como referencia algunos de los apuntes que A. Thary propuso en el año 1880. No debemos perder de vista que a la par que la evolución de la industria inventaba nuevos metales, o perfeccionaba los naturales o sus usos, el resto de disciplinas aprovechaban sus avances para intentar mejorar las cualidades de todo tipo de herramientas o enseres, avances a los que los herradores y forjadores no fueron ajenos. De esta forma experimentaron sin cesar con los aportes que estas ciencias aplicadas le ofrecían de una manera cada vez más fructuosa y eficaz.

El hierro fue sin duda el más importante de los metales que se empleó, al menos en un principio. La aplicación del metal al pie del caballo acompañó, sino inicio, una auténtica revolución. El hecho de tener un precio bajo, de ser fácil de encontrar y sobre todo de ser un material que los forjadores dominaban por el empleo que de él hacían a diario, lo destinó a tomar la forma de herradura de manera habitual. No era extraño que las viejas herraduras se reciclasen en su paso por la fragua: “Las herraduras viejas son siempre buenas, porque sus pasos sucesivos por el fuego afinan el hierro y le tornan más resistente.”, el secreto estaba en que careciera de vetas de escorias o de óxido en su masa, que lo expondría a romperse con más facilidad mientras el forjador lo trabaja.

El empleo del hierro fundido hasta esa fecha contó con innumerables fracasos, debido a que el metal obtenido en los moldes se rompía con una facilidad y se desgastaba más rápidamente que el anterior una vez colocado en el pie del animal.

El acero o los aceros (ya que existieron tantos como proporciones distintas entre hierro y carbono idearon), obtuvieron resultados dispares. Se probaron aceros muy quebradizos y otros que sin embargo mostraron una mejor ductilidad que el hierro. Martin Siemens, Bessemer, Talcot o Duninng fueron algunos de los que experimentaron con este compuesto artificial para la fabricación de herraduras. Pero parece ser que fue la compañía de Ómnibus de París la que resolvería los problemas derivados del uso del acero al emplearlo en la herradura de Lafosse. Crearon una herradura mucho más ligera que la fabricada con hierro, fabricada en esta ocasión con un material que contenía además del carbono, silicio y manganeso; y que además era más barato que el hierro ordinario.


Joannes Jonstonus, 1678. A description of the nature of four-footed beasts.

Las pruebas con aluminio no fueron fructuosas en absoluto, desde su fabricación industrial a mitad del siglo XIX, se empleo en algunos casos debido a la extrema ligereza que mostraba, mucho mayor que la del acero. Pero sus inconvenientes eran tales que reducía su uso casi exclusivamente a los caballos de carreras en hipódromo. Las pruebas que hizo Lungwitz dieron como resultado que las herraduras fabricadas con este metal eran blandas o muy blandas, caras y además difíciles de trabajar. Otro de los inconvenientes curiosos que define Thary es:
“El aluminio resiste muy bien á los ácidos, pero que las bases como la potasa y la sosa le atacan muy pronto. Los caminos conservados con piedras calizas desgastarían rápidamente las herraduras de aluminio.”

El comandante de Intendencia Luis Constante en el año 1922 definió el herrado como un mal necesario: “Creo que el herrado del caballo es un mal, pero un mal necesario.” Y define la herradura como una lámina de hierro encorvada. Y en cuanto a materiales además del hierro sólo contempla el uso del cuero para herraduras, pero siendo este un material de recurso para campaña.

viernes, 7 de noviembre de 2008

La herradura moderna (I)

Tanto el arte de herrar como la herradura en el siglo XIX, manifestaron todo el compendio de conocimientos y de técnicas heredadas de antaño, las practicadas por los predecesores de los que en este siglo las usaron de manera rutinaria y los que lo hicieron de una forma más creativa, aconsejados en muchos casos por mariscales y albéitares que se valían de ellas para prevenir y curar defectos en los aplomos de caballos, mulos, asnos y bueyes; los auténticos motores de las sociedades modernas desarrolladas hasta entonces. Es fácil imaginar la importancia que la herradura y el herrado tenían para preservar la vida útil y el bienestar de estos valiosos animales, a los que se les otorgaba un poder añadido en sus vulnerables extremidades.


Cara inferior del casco según H. Bouley: (P) Muralla. (S) Palma. (A) línea blanca. (B) Ángulo de inflexión. (C) Vértice del ángulo. (D) Talones y extremidades de la palma. (E) Borde inferior de las barras. (F) Cara externa de las barras. (G) tubérculos de la ranilla. (H) Extremo de las barras. (I) Vértice de la ranilla. (K) Ramas de la ranilla. (M) Región de los hombros del casco. (P) Región de las lumbres. (Q) Laguna media de la ranilla. (U) Región de las cuartas partes.

Muchos autores trataron el tema desde antiguo, y así plasmaron en sus obras el fondo y la forma de este arte, categoría que todos le confían, como Lambert, Director del Servicio de Veterinaria del Ejercito Inglés, Deich, Profesor de la Escuela de Mariscalería de Dresde, Neimann, veterinario ruso o A. Thary, Veterinario militar y antiguo ayudante de la celebérrima Escuela de Veterinaria de Alfort. Nos quedamos con la definición de éste último como algo valiosísimo:
La herradura del caballo es verdadera obra de arte. A pesar de la simplificación del trabajo por las máquinas-herramientas, el obrero que la moldea no puede recurrir, para dar al metal su forma definitiva, más que al empleo exclusivo del martillo. Debe procurar tantas formas particulares como exija la diversidad de los pies á que se destina.”
Y redunda aún más en la importancia de los conocimientos que ha de tener el herrador para que los resultados obtenidos sean los deseados y no algo casual o azaroso:
La práctica del herrado no se limita solo á la aplicación de una herradura bajo el casco; no es empírica. Exige por parte del obrero, fuera de su habilidad manual, conocimientos especiales, relativamente extensos, concernientes á la anatomía, la fisiología y el mecanismo de la región digitada.”
El herrado es más que la técnica de ajustar y clavar las herraduras a las caballerías o los callos de los bueyes, definición que extraemos del Diccionario de la Lengua Española, el herrado es un arte aristotélico, una ciencia que abarca por pura necesidad a otras como las reseñadas en la cita; y que por supuesto necesita valerse de una técnica, que es la encargada de practicar los conocimientos que le anteceden.

Para profundizar en el estudio y la evolución de estas técnicas de herrado es necesario dar unas breves pinceladas sobre la “anatomía” de la herradura, refiriéndonos a la del caballo. Se denomina lumbres la parte anterior de la herradura que tiene una correspondencia con las lumbres de la muralla, las zonas adyacentes a ambos lados se denominan hombros que se corresponden con sus homónimos. A continuación aparecen las ramas o tablas que se corresponden con las cuartas partes y que acaban en los callos o talones que a su vez tienen correspondencia con los propios del casco del animal. Se llama juntura a la curvatura o incurvación que se da a la cara superior de la herradura; el asiento, que es la parte de la herradura que sobresale de la tapa, aumentado la superficie de apoyo en el suelo y dando mayor estabilidad al animal; en cuanto a los agujeros cuadrangulares que presenta, por donde pasarán los clavos en el proceso del herrado se conocen como claveras. Las traspuntaduras, son las aberturas también visibles de tamaño pequeño que dan paso al clavo en la cara superior. Se llaman ramplones los relieves que presentan algunas herraduras en los talones y que aumentan el agarre ésta con el suelo; y el mosquete es un ramplón único, cuadrado colocado en el talón o callo inferior. La pestaña es una lengüeta que se forma en las lumbres o en los hombros, según sea una herradura de pie o una de mano, proporcionando fijeza al binomio herradura–casco, tanto es así que se dice: “Vale más una pestaña que dos clavos”.


A. Herradura de pie. B. Herradura de mano. (Según Goyau).

La herradura de mano (destinada para ésta), tiene una forma redondeada y su rama externa es usualmente más encurvada que la interna, habiendo una herradura derecha y otra izquierda según esté la curvatura mayor en uno u otro lado. En cuanto a la pestaña, se presenta en el centro de las lumbres. Por su parte, la herradura de pie se acerca más al óvalo en su forma que la anterior y existe también su versión izquierda y derecha. La pestaña busca más las porciones mediales y sus lumbres son más anchas y gruesas que las de mano.